lunes, 9 de septiembre de 2019

UNA PROSTITUTA URUGUAYA



UNA PROSTITUTA URUGUAYA



    Cada día al bajarme del auto después de un día agotador en la clínica veía a una chica de unos quince años leyendo un libro en el portal de la pensión de enfrente. Me miraba con sus bellos ojos marrones mientras me acercaba a la puerta  de casa.

    Curioso un día le pregunte si le gustaba leer.

    __ ¿Es usted medico? Lo digo por la túnica blanca que usa.

    __ SI. Pero dime. ¿Qué estudias?

    __ Estoy en el liceo. Quiero ser enfermera cuando lo termine.

    __ ¿Te es más fácil estudiar en el portal? Lo digo por el ruido de los camiones y ómnibus que pasan. Yo necesito quietud para leer.

    __ Eso sería lo ideal. Pero cuando mi madre tiene clientes en la habitación yo debo salir y aprovecho el tiempo para estudiar.

    __ Tu madre es prostituta__ Afirmo porque era obvio.

    __ Trabajadora sexual le gusta que la llamen. Hay noches, sobre todo viernes y sábado que suben muchos hombres y yo realmente no sé dónde meterme. Así que busco un foco de luz para leer.

    No supe que añadir a su historia. Quede en silencio unos segundos:

    __ Tu madre no piensa en el futuro, cuando este vieja ¿cómo se mantendrá?

    __ Ella paga un seguro de retiro. Las trabajadoras sexuales del Uruguay se agrupan a "La asociación de meretrices" para cuando los achaques vengan tengan una pensión con la cual sobrevivir.

    __ ¿Y tu madre tiene muchos clientes?

    __ Eso varía. Hay días que tiene siete y hay días que solo uno.

    __ ¿Y eso les alcanza para vivir holgadamente? 

    __ No tiramos manteca al techo pero vamos tirando.

    No supe más que decir. Sentí compasión por la joven adolescente, dije un adiós musitado y cruce la calle hacia el calor del hogar. Pensé que algunas mujeres la pasan mal pero esta niña conservaba cierta ingenuidad infantil y tomaba el trabajo de su madre con naturalidad. De seguro sería una buena enfermera.    

martes, 10 de mayo de 2016


                                     UNA PROSTITUTA URUGUAYA



    Cada día al bajarme del auto después de un día agotador en la clínica veía a una chica de unos quince años leyendo un libro en el portal de la pensión de enfrente. Me miraba con sus bellos ojos marrones mientras me acercaba a la puerta  de casa.

    Curioso un día le pregunte si le gustaba leer.

    __ ¿Es usted medico? Lo digo por la túnica blanca que usa.

    __ SI. Pero dime. ¿Qué estudias?

    __ Estoy en el liceo. Quiero ser enfermera cuando lo termine.

    __ ¿Te es más fácil estudiar en el portal? Lo digo por el ruido de los camiones y ómnibus que pasan. Yo necesito quietud para leer.

    __ Eso sería lo ideal. Pero cuando mi madre tiene clientes en la habitación yo debo salir y aprovecho el tiempo para estudiar.

    __ Tu madre es prostituta__ Afirmo porque era obvio.

    __ Trabajadora sexual le gusta que la llamen. Hay noches, sobre todo viernes y sábado que suben muchos hombres y yo realmente no sé dónde meterme. Así que busco un foco de luz para leer.

    No supe que añadir a su historia. Quede en silencio unos segundos:

    __ Tu madre no piensa en el futuro, cuando este vieja ¿cómo se mantendrá?

    __ Ella paga un seguro de retiro. Las trabajadoras sexuales del Uruguay se agrupan a "La asociación de meretrices" para cuando los achaques vengan tengan una pensión con la cual sobrevivir.

    __ ¿Y tu madre tiene muchos clientes?

    __ Eso varía. Hay días que tiene siete y hay días que solo uno.

    __ ¿Y eso les alcanza para vivir holgadamente? 

    __ No tiramos manteca al techo pero vamos tirando.

    No supe más que decir. Sentí compasión por la joven adolescente, dije un adiós musitado y cruce la calle hacia el calor del hogar. Pensé que algunas mujeres la pasan mal pero esta niña conservaba cierta ingenuidad infantil y tomaba el trabajo de su madre con naturalidad. De seguro sería una buena enfermera.    

viernes, 6 de mayo de 2016

Un Guantanamero en Punta del Este

     El verano se ha ido en el Hemisferio Austral. Estamos en el Otoño Uruguayo pero parece que es el Invierno que se adelantó. Fueron cinco días de lluvia constante. Las sabanas húmedas y la ropa que no se seca en la tendedera. Las calles vacías. Los restaurantes vacíos. Ya se había ido la ola de turistas argentinos y brasileños que venían a veranear en los hoteles o en sus imponentes mansiones de techo a dos aguas. Luego de estar Punta del Este libre de esa plaga veraniega es un verdadero placer caminar por sus ramblas de mar.
     Hay dos playas a cada lado de la península: la de la Mansa, con sus quietas aguas y la de la Brava con su mar embravecido. La de la Mansa es para la gente mayor, es más apacible. En la de la Brava aún quedan surfistas rezagados que desafían las gélidas aguas con sus trajes impermeables. Yo prefiero el fulgor de las rompientes olas al atardecer, me hacen sentir más joven.
     Guarecido de la interperie con un grueso abrigo, bufanda y guantes me paseo por la Brava cerca de los imponentes edificios. El que están construyendo es el de Donald Trump, un rascacielos redondeado y llamativo como todo lo que él hace.
     ¿Quién iba a decir que un Guantanamero se iba a sentir como un Puntaesteño más? Es lo que siento después de tantos años. Mi querida Patria chica es solo un añorado recuerdo que se sume en las brumas al igual que este anochecer, y los yates de lujo del puerto, con las luces apagadas, esperan zarpar al norte, donde todavía es verano.
       Mientras tanto yo camino solo por la rambla. Mi hija me esperara al final del día. Mi hermano fue a Guantánamo. Estará disfrutando de las cálidas aguas de las playas de Cuba y de un sabroso lechón asado. Yo sigo caminando y respirando el aire salitroso. La puesta de sol es imponente.



lunes, 2 de mayo de 2016

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